
RABINAL
FOTOGRAFÍA Y VÍDEO
EDICIÓN DE VÍDEO
TEXTO
Marta Saiz


Una mujer de la asociación Qachuu Aloom camina por los senderos de Rabinal, con las imponentes montañas de Baja Verapaz como telón de fondo, llevando consigo la tradición y el compromiso con su comunidad.
Rabinal, en Guatemala, es un pueblo marcado por las masacres de Río Negro a inicios de los años 80, llevadas a cabo por militares y paramilitares en el marco del conflicto armado. El objetivo era exterminar a la población Maya Achí, acusándola de oponerse a la construcción de la Hidroeléctrica Chixoy. Las consideraban «enemigas» y posibles integrantes de la guerrilla. Agredieron, violaron y asesinaron a centenares de personas, arrasaron cultivos y prohibieron toda expresión cultural.
Tras la violencia, las comunidades Maya Achí se alzaron para recuperar lo perdido. La Asociación Qachuu Aloom “Madre Tierra”, sostenida por mujeres sobrevivientes, ha dedicado 22 años a tejer nuevamente su identidad a través de la agroecología y el rescate de semillas nativas. Lo que comenzó como una lucha por la supervivencia ante las tierras inundadas por la construcción de la hidroeléctrica y los cultivos quemados, se transformó en un movimiento de resistencia cultural y ambiental. Hoy, con más de 50 variedades de semillas recuperadas y 500 participantes de 31 comunidades, promueven una agricultura sostenible que honra los conocimientos ancestrales y fortalece el tejido social.
Berta solo salía a la calle para ir a la tienda, así que decidió huir con sus hijos desde Río Negro al lugar donde hoy continúa con el trabajo de recuperación de las semillas. “Cuando pasó la violencia, nos organizamos las mujeres. Logramos que se hicieran las exhumaciones para encontrar a nuestros familiares y comenzamos a rescatar las semillas para recuperar nuestra forma de vida”.
Rabinal está ubicado en el departamento de Baja Verapaz y se encuentra a 180 kilómetros de la Ciudad de Guatemala. Es conocido por su riqueza natural y sus cerros, que sirvieron de refugio para muchas de las personas que huyeron de esta violencia. Así lo cuenta María Gómez, de 69 años, mientras recoge su cosecha de maíz. “La Madre Tierra es la que nos da vida. Nos da alimentos. Nos protege”.
“Este movimiento es el rescate de conocimientos ancestrales y la promoción de una agricultura más sana y sostenible. Cuando hablamos de ecología y agroecología, nos referimos a una forma de cultivo que respeta el medio ambiente y se basa en el uso responsable de los recursos naturales. Por ello, trabajamos con diferentes comunidades para fomentar una educación orientada al buen vivir”.
Cristóbal Osorio es sobreviviente de cinco de las masacres que tuvieron lugar en la zona. Originario del municipio de Río Negro, se vio obligado a desplazarse a Rabinal después de que la construcción de la hidroeléctrica inundase sus tierras. En 1999, fundó Qachuu Aloom con cinco comunidades e inició el rescate de semillas con parcelas demostrativas de maíz y frijol. “La motivación vino cuando vi que estábamos logrando esa recuperación”, recuerda. En 2002 y 2003 comenzaron con las capacitaciones y en 2004 compraron el primer terreno. Hoy, sentado en la oficina de la Asociación, una estancia de vigas de madera de la que cuelgan distintas variedades de maíz, sonríe al rememorar todo lo conseguido.
Guatemala es un país con una notable diversidad de semillas criollas, especialmente de maíz. Sin embargo, durante el conflicto armado interno (1962-1996), esta riqueza mermó significativamente, afectando a la biodiversidad y las formas de alimentación tradicional. El Informe “Guatemala: Nunca Más” o Informe de la Recuperación de la Memoria Histórica (REMHI) destaca que en la cultura maya la Tierra tiene un significado profundo ligado a la identidad colectiva, razón por la que se agredió a la naturaleza. La destrucción estuvo dirigida a eliminar las posibilidades de supervivencia de la gente, no solo eliminando siembras y semillas, sino también envenenando a la población.
Ahora, dentro de esta recuperación de la memoria, también está el uso de la medicina ancestral. “No queremos perder nuestras plantas ancestrales, como la ruda”, explica Aurelia Hernández, de 62 años. Vecina de la aldea Chiac, se define orgullosa de su cultura. “Así como nuestras abuelas nunca dejaron su huipil, yo tampoco dejaré mi vestido ni mi corte. Hasta que Dios me reciba”.
Retrato de María Magdalena, quien señala la falta de empleo y la migración de los jóvenes, como efectos del conflicto armado en su comunidad.
Una de las ceremonias de sanación se produce bajo un techo con paredes abiertas al cielo, donde una decena de mujeres se sienta en bancos de madera con los ojos cerrados. El viento acaricia sus rostros mientras una melodía suave flota en el aire. En el centro, una vela encendida tiembla levemente con la brisa. Este espacio de relajación, a través de la colocación de aguas en diferentes lugares del cuerpo, busca aliviar las heridas que el tiempo no pudo borrar.
Entre las asistentes está María Magdalena Raxcacó, de 63 años. La violencia le arrebató a su esposo. Sentada, con los ojos cerrados y una expresión tranquila, se entrega al calor de la ceremonia y al suave despertar de su propia sanación. “Este es el esfuerzo de las mujeres afectadas por el conflicto armado. Aquí no hay empleo y muchas personas migran, sobre todo las más jóvenes. Pero seguimos cultivando nuestra tierra, protegiendo nuestras semillas y recuperando nuestra cultura. La Madre Tierra nos da la vida y nosotras seguimos adelante”.