
CACARICA
FOTOGRAFÍA
Edu León
TEXTO
Patricia Simón


A las comunidades de Nueva Esperanza y de Nueva Vida solo se puede llegar en barca, adentrándose durante horas en la selva colombiana fronteriza con Panamá, cruzando puestos de vigilancia controlados por grupos paramilitares.
El río Cacarica es la única vía de entrada a estas comunidades. Unos pasadizos abiertos a machete se suceden a lo largo del recorrido. En cada uno de ellos, una barcaza atracada y la orden por parte del patrón de que no se tomen fotografías ni vídeos. El río y su entrada están controlados por paramilitares que observan quienes y qué entra a las comunidades.
Veinticinco años atrás, en 1997, miembros de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) y soldados de la Brigada XVII del Ejército Nacional emprendieron juntos la Operación Génesis, comandada por el general Rito Alejo del Río. Durante tres días, con el supuesto objetivo de combatir a la guerrilla de las FARC-EP, cientos de hombres armados sembraron el terror en una veintena de comunidades de esta región, mayoritariamente afrodescendientes e indígenas. El asesinato del campesino Marino López Mena se convirtió en el símbolo de aquellos días de masacre.
Según cuentan los testigos y recoge la sentencia del caso de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), el segundo día de la operación varios paramilitares lo decapitaron ante sus vecinos, jugaron al fútbol con su cabeza y arrojaron su cuerpo desmembrado al río.

ANA CARMEN MARTINEZ
La Comisión Intereclesial de Justicia y Paz, organización que acompaña a personas y procesos organizativos afrocolombianos, indígenas y mestizos en zonas rurales y urbanas que han sido afectadas por el conflicto y la violencia, y que representó a la comunidad ante este tribunal internacional, documentó este crimen y la desaparición de otras 70 personas.
Más de 3.500 personas huyeron selva a través hasta que conseguían subirse a alguna barcaza que les llevase a Turbo. Sin nada, allí vivieron cinco años abandonadas a su suerte en un polideportivo y en dos albergues mientras parte de la población les acusaba de ser responsables de la proliferación de enfermedades, entre otros estigmas.
Parte trasera del Monumento a Marino López Mena y a las víctimas del ejercito de la Operación Génesis.
SILVIA PALACIOS
Decidieron volver a su territorio y levantar las comunidades en las que resignificar su dolor a través de ejercicios colectivos de verdad, memoria, reparación y construcción de Paz. El Estado se comprometió a aportar recursos y servicios para su retorno. Nunca cumplió. Ni siquiera en su obligación de garantizar la seguridad del viaje de vuelta. Por eso, durante años, como medida de protección, vivieron acompañados por miembros de la Comisión Intereclesial de Justicia y Paz y de las Brigadas Internacionales de Paz. Han conseguido mantenerse en el territorio estos veinte años negociando la paz cada día con cada actor armado a través de encuentros con todas las partes, en lo que se ha considerado una de las semillas de la actual apuesta por la Paz Total en Colombia.
Al anochecer los vecinos suelen reunirse en torno a las tiendas o en las puertas de las mas de 50 casas que conforman esta zona humanitaria. Como siempre, una plaga de mosquitos comienza su festín en cada uno de los hogares.
Silvia pone suero a un joven en su casa, ella aprendió enfermería, cómo ella dice, viendo. Todo lo que llega hasta aquí —agua potable, alimentos, productos de higiene, bebidas— lo tiene que trasladar por vía fluvial la propia comunidad.